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Azul gallego

May 5 2019


Azul gallego

Mi primera vez en Galicia. Nunca antes había visto el atlántico en persona. Mi primer contacto con las gotitas que levantan las olas al romper contra las rocas. Y su azul me atrapó en cada paisaje.

Me pasa a menudo, tengo un vinculación especial con todos los tonos de cian. Los lugares más bonitos en los que he estado tienen algo azul; natural como sus ojos mediterráneos o pintado, como los azulejos de los edificios portuenses. No siempre es igual, pero me gusta en todas sus intensidades. Es relajante y me llena de vida.

Tuvimos suerte. Eva — la amiga gallega que fuimos a visitar — nos contó que había estado lloviendo bastante los días anteriores, pero ese día salió el sol y las previsiones no daban ni gota para nuestra estancia en Pontevedra. Comimos un magnífico pulpo a feira y empanada en un restaurante cerca de su casa. ‘O pulpeiro’ se llamaba, muy gallego. Pedimos vino blanco de las rías baixas, algo imprescindible para nosotros. Nos gustan los viajes gastronómicos. Y ya, sin hambre, pudimos trazar el road trip que nos llevaría a descubrir la comarca de ‘El Morrazo’. Una península clavada entre la ría de Vigo y la de Pontevedra.

Eva fichó sus rincones favoritos y los marcó en Google maps, subimos al coche y a partir de aquí creo que merece la pena continuar el viaje a través del objetivo de mi cámara:

Primera parada, Club Náutico de Aguete. A la izquierda, el blanco impoluto de los barcos contrasta con el azul del mar que les rodea. A la derecha, me dejé llevar por el turquesa translúcido del mar en calma y sus variaciones de tono según la profundidad.
Seguimos hasta Bueu —una ciudad súper cultural dónde se celebra el festival de cortometrajes FICBUEU — , allí encontramos esta playa, a los pies del Cabo Udra. Todo es naturaleza, sin casas, sin edificios cerca.
Una de mis fotografías favoritas.

Seguimos algún kilómetro más con el coche. El corto trayecto fue una contínua subida. Cabo Udra tiene vistas infinitas. Parecía que Eva había reservado el lugar especialmente para nosotros, allí no había nadie más. Fue una experiencia única. Pasamos un buen rato sentados viendo el mar, hablando. En realidad no dejamos de hablar en todo el viaje, hacía meses que no nos veíamos y nos echábamos de menos.

Cualquiera de estas rocas es perfecta para sentarse. A la derecha, Eva, entre el azul del mar y el amarillo de los matojos.

Después, bajamos al sur de El Morrazo, por Aldán, hasta Cangas. Eva parecía nerviosa, tenía una sorpresa preparada para el atardecer y teníamos que llegar a tiempo. Y sí, llegamos. Vimos la increíble puesta de sol desde el Cabo Home. A través de la caracola gigante de metal y desde fuera, sentados en las rocas.

Al fondo, en ambas fotos, las Islas Cies bañadas por los últimos rayos de sol de este corto día de diciembre. A la izquierda Toni y yo a contraluz en medio de la caracola gigante de metal. A la derecha Eva y yo, también a contraluz.

Para acabar el día, nos acercamos a Cangas a comprar unos gofres en un puestecito con vistas a la Ría de Vigo. Hablamos hasta las tantas y disfrutamos de tenernos cerca. Eviña, gracias por acogernos, por enseñarnos tu tierra y por tu amistad, eres luz. Fue una suerte encontrarnos en medio de la afluencia madrileña aquel agosto de 2016.

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